Precedentes
Los montes de piedad surgieron en el Medievo en Italia y se dedicaban a prestar a los campesinos productos básicos, tanto para su alimentación como para el cultivo. En algunos casos este préstamo se devolvía con un pequeño interés, que permitía cubrir las necesidades de más campesinos; se realizaba una obra social y se favorecía el desarrollo económico.
Ya implantados estos montes de piedad en buena parte de Europa, también España, comenzaron a aceptar pequeños depósitos de joyas, orfebrería, etc. que la gente más humilde guardaba, quizá provenientes de una herencia.
Posteriormente en centroeuropoa e Inglaterra surgieron, ya sí, las cajas de ahorros, que comenzarían su andadura en España en 1838 en la villa de Madrid.
En el siglo XX las cajas de ahorro y montes de piedad continuaron expandiéndose a lo largo y ancho de la Península, siguiendo con su proyecto social y de desarrollo económico.
Durante el franquismo se aprobaron algunas medidas encaminadas a la liberalización de estas entidades y se cedió su regulación al Banco de España. 1977 fue un año crucial, sin el Plan Económico de aquel año nada de lo que posteriormente sucedió hubiera acaecido: se liberalizaban los tipos de interés y se reducían las necesidades de financiación del sector público. La suerte estaba echada.
Ascenso
En los años 80, cuando llegó el PSOE al poder, las cajas estaban sumidas en una profunda depresión. El Banco de España hubo de intervenir como órgano fiscalizador, además de ejecutor, regulando coeficientes de caja, reservas y capital básico que permitiera sortear los problemas que ocasionaban los activos fallidos y las pérdidas en el negocio. Por aquella época el Gobernador del Banco de España era Mariano Rubio.
El Gobierno de Felipe González creyó imprescindible vincular definitivamente las cajas de ahorro con el territorio, a través del entonces “menor de edad” Estado de las comunidades autónomas.
Después, a finales de los noventas y durante el dos mil, y tras algunos escándalos, vino la ley de liberalización del suelo y el desorden mental y ético –de algunos más que de otros- que trajo consigo. Las cajas comenzaron a prestar dinero masivamente a promotoras, constructoras, etc., colaborando en la creación del “Estado especulativo” en que se convirtió España.
Caída
Como ya hemos dicho, las cajas de ahorros, cuyo precedente eran los montes de piedad, tenían un propósito exclusivamente social: su función era ayudar a los que más lo necesitaban sin cobrar intereses por los depósitos.
Y de aquello pasaron a lo que hoy ya todos conocemos: cajas de ahorros instrumentalizadas por el poder político y que ya hace décadas –fue a mediados de los setenta, como ya hemos dicho, cuando comenzaron a eliminarse sus restricciones- comenzaron a “desnortarse”.
¡Qué diferentes aquellas instituciones benéficas de los obscenos sueldos, la venta de preferentes (o “timo de la estampita”), los macroviajes de placer disfrazados de “viajes de negocios” y los banquetes pantagruélicos!
El cénit de aquella bacanal de despropósitos lo encontramos en Caja Madrid, la Caja de Miguel Blesa, el Blesa -en su momento con un síndrome de Hybris que le distanció de su “padrino” Aznar- que a día de hoy duerme en prisión. Su gestión provocó uno de los agujeros que ahora debemos tapar todos los españoles a base de recortes, exigencias –o no- de Bruselas para “rescatar” a la Banca. Pero no se le imputa por eso, para más “inri”, sino por una absurda compra de un banco floridano.
Continuará…
No debemos desacreditar, y no lo hacemos, a todas las cajas ni a todos los directivos que las ocuparon, ni tampoco defenestrar la importante obra social que algunas realizaron y, sobre todo, los préstamos a familias y pymes que ayudaron a crear en España una auténtica clase media. Lo que sí criticamos es esa mala costumbre de que “el dinero público no es de nadie” y por eso algunos, no siendo de nadie y ya que pasaban por aquí, se lo quedan.
Por tanto, no se trataba, en absoluto, de “dinamitar” las cajas de ahorro, tal y como se ha hecho, con el consiguiente beneficio para la banca privada, sino de que cumplan el papel que históricamente han desempeñado y que, trasplantado y adaptado a la realidad actual, es proporcionar crédito en mejores condiciones que las entidades privadas a familias y PYMES, invertir en obra social y, ya que estamos, garantizar que sus directivos no tengan unos sueldos desproporcionados.
Es ahora cuando estamos viendo la necesidad de unas entidades de crédito que no se rijan por fines lucrativos sino por el interés general y que apoyen a aquellos que no tienen la posibilidad de acceder al crédito privado. Y si no entendemos esto, mal vamos.
Deja un comentario