El pasado 25 de abril, el Instituto Nacional de Estadística (INE) publicó la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre de 2013. Sus resultados son demoledores: 6.202.700 trabajadores se encuentran en paro, lo que supone el 27,16 % de la población activa de nuestro país. En lo que respecta al desempleo juvenil, los datos son todavía peores, escalofriantes: el 57,22% de los jóvenes menores de 25 años, prácticamente un millón de personas, están sin trabajo actualmente.
El desempleo de larga duración se ha disparado, superando la mitad del total de parados: 3.206.500 ciudadanos llevan un año o más buscando trabajo sin éxito. El colectivo de los desempleados de larga duración representa ya el 14% de la población activa. Esta cifra evidencia la magnitud del desastre.
Todas esas personas, fuera del mercado laboral desde el primer trimestre del año pasado (en los mejores casos), se encuentran en una difícil tesitura. Sus ingresos han menguado sensiblemente en los últimos tiempos, por lo que, en un futuro próximo, no podrán hacer frente a todas sus obligaciones de pago, optando por satisfacer las más perentorias, como el alimento, la higiene o la ropa. Miles de hipotecas dejarán de abonarse y el contador de otros tantos desahucios se pondrá en marcha, multiplicando las proporciones del drama.
“El desempleo de larga duración supera la mitad del total: 3.206.500 personas“
La evolución vertiginosa del mercado laboral añade más complejidad, si cabe, al problema de los parados de larga duración. Después de tantos meses alejados del trabajo, sus conocimientos y habilidades corren el riesgo de “desactualizarse”, lo que empuja a las empresas a desconfiar de su capacidad productiva, sobre todo, en el supuesto de los desempleados de mayor edad. Para este colectivo, volver a conseguir un puesto de trabajo acorde a sus expectativas puede convertirse en una auténtica “misión imposible”.
Por si esto fuera poco, la última EPA también revela que el número de hogares con todos sus miembros en paro ronda los dos millones. El tradicional colchón familiar, principal sostén de muchos desocupados “veteranos”, empieza a desvanecerse en el aire.
La crisis ha transformado la piel de toro en un polvorín. ¿Será el paro de larga duración la chispa que incendie la pradera? Alea jacta est.
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